Un reloj de pulsera combina estilo y utilidad como ningún otro accesorio masculino. Pocos objetos despiertan tanta pasión y curiosidad. Aunque muchos pensaron que los smartphones los harían desaparecer, los relojes siguen más vivos que nunca. ¿Por qué? Para entenderlo, hay que conocer su historia y las razones para usar uno hoy.
Historia de los relojes de pulsera
Hasta fines del siglo XIX, los relojes de pulsera eran cosa de mujeres. Los hombres usaban relojes de bolsillo. No era solo una moda: había una razón práctica. Los relojes eran sensibles a la humedad, el frío, el calor y el polvo, que podían arruinar sus mecanismos. Como los hombres estaban más expuestos a estos elementos —en el ejército, negocios o gobierno—, guardaban los relojes en el bolsillo para protegerlos.
Todo cambió con la guerra. Los relojes de bolsillo necesitaban una mano libre para usarse, algo poco práctico en combate. Los soldados empezaron a improvisar, atándose los relojes al brazo con correas de cuero. Estos wristlets aparecieron en las guerras de Birmania y los Bóeres, a fines del siglo XIX. Eran correas con un espacio para el reloj, a veces con una brújula incorporada. Se vendían como relojes de “campaña” o “servicio”.
Muchos veteranos siguieron usando estos wristlets cuando volvieron a la vida civil. Y los civiles, al ver a estos excombatientes rudos con un accesorio antes considerado femenino, empezaron a imitarlos. A fines del siglo XIX, marcas como Girard-Perregaux ya fabricaban relojes de pulsera para hombres, sobre todo para marinos de la Armada Imperial Alemana. Timex y Cartier también se sumaron, con modelos como el Santos, diseñado en 1907 para el aviador Alberto Santos-Dumont.
El cambio definitivo llegó con la Primera Guerra Mundial. La guerra moderna exigía coordinación precisa. Los oficiales sincronizaban sus relojes para lanzar ataques al mismo tiempo, ya que las trincheras y los frentes enormes hacían imposible usar señales visuales. Muchos usaban wristlets improvisados, pero otros optaban por relojes diseñados para resistir el combate: los trench watches. No eran equipo oficial, así que los oficiales los compraban por su cuenta, lo que generó un mercado competitivo. Las innovaciones incluyeron pintura luminosa en agujas y números, cristal irrompible, diales de metal en lugar de porcelana y carcasas más resistentes al agua y al polvo.
Después de la guerra, los veteranos británicos volvieron a casa con sus trench watches, y así el reloj de pulsera se volvió popular. Para 1930, en Reino Unido se vendían más relojes de pulsera que de bolsillo. En Estados Unidos el cambio fue más lento. Aunque los soldados los usaron en las trincheras, al volver preferían los de bolsillo, por su fama de “femeninos”. Solo en actividades como la aviación o el automovilismo —donde la precisión era clave—, los hombres los usaban sin críticas. No fue hasta mediados de los años 20 que ganaron terreno.
¿Por qué usar un reloj?
Hoy, con smartphones que muestran la hora con solo apretar un botón, ¿tiene sentido usar un reloj? Las ventas bajaron a principios de los 2000 con los celulares, pero desde 2009 vienen subiendo. Estas son algunas razones:
Los relojes son prácticos
Cuando tuve mi primer smartphone, dejé de usar reloj. ¿Para qué llevar algo extra si el celular te dice la hora? Pero me cansé de sacarlo del bolsillo cada vez que quería ver la hora. Era como volver al reloj de bolsillo. En cambio, un reloj de pulsera solo necesita una mirada. Te deja las manos libres. Además, no tenés que cargarlo todo el tiempo. Un reloj de cuarzo dura meses, uno automático casi nunca se detiene, y uno mecánico solo necesita cuerda. Probé un smartwatch, pero tener que cargarlo todo el tiempo fue un embole. Si querés ver la hora rápido y sin complicaciones, no hay nada mejor que un reloj clásico.
Los relojes tienen estilo
Un reloj no solo sirve: también se ve bien. Es de los pocos accesorios masculinos que podés usar todos los días. Un buen reloj suma clase y personalidad a cualquier ropa. En un evento formal, un reloj elegante marca la diferencia. En una cita casual, uno deportivo o de campo va perfecto. La gente se fija. Cuando combino un buen outfit con un reloj a juego, me elogian más el reloj que la ropa.
Los relojes hablan de vos
Los relojes no son solo cronómetros: dicen cosas. Hace siglos, los relojes de bolsillo eran caros y mostraban riqueza. Cuando pasaron a ser de pulsera, los usaban oficiales británicos de alto rango. Hoy son más accesibles, pero un buen reloj todavía muestra estatus o personalidad. Un Rolex de 30 mil dólares grita éxito. Pero incluso uno modesto dice algo. ¿Sos práctico? Un reloj de campo lo dice. ¿Te gusta la aventura? Uno de buceo o de automovilismo lo muestra. Elegí uno que hable por vos.
Los relojes son atemporales
Aunque tienen poco más de un siglo, los relojes de pulsera ya son clásicos. Como un traje bien hecho, no pasan de moda. Un Rolex de hace 60 años sigue valiendo miles. Un buen reloj es una inversión que vas a usar durante años. Y también puede ser una herencia. Si tenés uno de tu viejo o tu abuelo, cada vez que lo usás, recordás de dónde venís. Si no, empezá la tradición con uno que puedas dejar a tus hijos.
Los relojes se sienten bien
Un reloj no solo se ve bien: se siente bien. Su vínculo con la guerra, la aviación o las carreras los hace especiales. Usarlo te conecta con una historia de aventura y coraje. Si es una herencia, te recuerda a los tuyos. Puede sonar exagerado, pero un reloj te hace sentir listo. Como si controlaras el tiempo. Es un talismán moderno que te da confianza, ya sea para una reunión, una cita o un momento que te cambie la vida.
Un reloj no solo marca la hora. Marca quién sos.
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