Akara: La Monja Caliente

Akara, la supuesta líder espiritual del campamento de las Rogue en Diablo II, es una mezcla de mística barata y vendedora de pociones con aires de grandeza. Esta "sacerdotisa" de túnica ajustada se pasa el juego mirándote con ojos de "sálvame, héroe" mientras te cobra por curitas mágicas. Vamos a destripar su papel en Santuario.

Acto I: La Gurú del Campamento

Desde el momento en que llegas al Rogue Encampment, Akara está ahí, posando como si fuera la reina de un culto de monjas guerrilleras. Te suelta un sermón sobre la Sightless Eye y su "sabiduría", pero lo único que ves es una mujer que sabe vender su misticismo con una voz que parece susurrarte al oído. ¿Es una sacerdotisa o una seductora de mercadillo? Te da misiones como si fueras su che pibe personal: “Ve a matar demonios, que yo me quedo aquí meditando… y vendiendo frasquitos”. Claro, Akara, qué conveniente. Mientras vos te enfrentas a Blood Raven, ella está en su carpa, seguro esta haciendo poses sensuales frente a un espejo.

Acto II: La Ausente Seductora

Cuando llegas a Lut Gholein, Akara desaparece del mapa. ¿Dónde está la sacerdotisa cuando la necesitas? Fija tomando el sol en el desierto, ajustándose la túnica para que le marque las tetas. No tiene ni una línea en este acto, lo que demuestra lo “esencial” que es. Su ausencia grita: “Arreglátelas solo, héroe, que yo estoy ocupada siendo misteriosa”. Mientras vos peleas con escarabajos y buscas tumbas, ella está en el campamento, cobrando a las Rogue por “consejos espirituales” que suenan a líneas de chamuyo para minitas.

Acto III: La Reina del Silencio

Kurast es un infierno verde, pero Akara sigue sin aparecer. ¿Qué hace esta supuesta líder mientras el mundo se desmorona? Seguro está en su tienda, escribiendo poesía erótica sobre los Horadrim o vendiendo pociones a precio de oro. Su irrelevancia es tan obvia que ni los demonios se molestan en mencionarla. Una sacerdotisa que no da la cara en la jungla no merece ni un altar. Pero seguro que, si apareciera, te vendería un frasco de maná con un guiño y un “volve pronto, valiente”.

Acto IV: La Fantasma Espiritual

En la Fortaleza del Pandemonium, donde todo es caos y fuego, Akara brilla por su ausencia. ¿Consejos para enfrentar a Diablo? Ni uno. ¿Pociones gratis para salvar el mundo? Menos. Esta “guía espiritual” está demasiado ocupada siendo un espejismo sexy en el campamento, dejando que Deckard Cain, el viejo inútil, hagas las veces de consejero. Akara, querida, si querías ser la musa de alguien, al menos podrías haberte esforzado en aparecer.

Acto V: La Vendedora Eterna

En Lord of Destruction, Akara sigue en su campamento, fiel a su puesto de vendedora de humo (y pociones). Harrogath tiembla bajo el asedio de Baal, pero ella no mueve un dedo. Sigue ahí, con su túnica que parece gritar “mirame”, ofreciendo curas y pergaminos como si fueran favores personales. ¿Salvar el mundo? Eso es cosa tuya. Ella prefiere quedarse en su tiendita, lanzando miradas que prometen más de lo que entrega. Al final, cuando derrotas a Baal, no esperes un “gracias” de su parte. Solo un “¿queres comprar algo más, héroe?”.

Akara es la prueba de que una cara bonita y una túnica provocativa no compensan la inutilidad. Es la sacerdotisa que todos quieren rescatar, pero nadie necesita de verdad. La próxima vez que juegues Diablo II, ignora sus misiones y sus frasquitos. Total, su único talento es hacerte gastar oro mientras te distrae con su aura de femme fatale de pueblo.

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